jueves, 25 de marzo de 2021

MI DOLOR

 Esto no es una queja, es un descargo. Tuve una infancia olvidable, con padres que priorizaron sus proyectos personales al de ser padres, por lo que minimizaron la responsabilidad de lo que implica, dejándonos a mi hermana y a mí a la supervivencia propia de las dos. Era de esperar que los hombres que eligiera en mi juventud sean un fracaso. pero un día decidí cambiar ese modelo interno de macho al que me sentía atraída sistemáticamente, e hice una lista de las cualidades que debiera tener mi próximo amor. Me enfoqué en sus cualidades como persona y no en su aspecto: que me cuidara y valorara en todas mis áreas, que no sea machista, que cocine y limpie como cualquier humano que ensucia y tiene hambre, sin esperar que lo haga una hembra, que no me califique ni descalifique, que no me grite, que no me insulte ni insulte, que ame los animales, que sea trabajador y entienda que el dinero es e resultado del esfuerzo y la inteligencia para ganarlo honestamente. ¡Y lo encontré!. Lo conocí con el apodo de Coti, "MI COTI". Tuvimos y tenemos un amor libre e incondicional. Pero mi dicha duró tan poco y eso sí que es injusto. A los 4 años de casados le diagnostican párkinson. Era tan hermoso, culto, educado y divertido, que pensé que nada podría deteriorar a ese gigante, mi gigante. Ya teníamos dos hijos, producto de un amor desenfrenado y eterno. Los años comenzaros a pasar y con ellos una parte de él se iba yendo. Yo tenía que ir pudiendo hacer cada vez más y más cosas, conforme mi Coti se discapacitaba.  La evolución de su discapacidad fue lenta pero sin pausa, igual que la depresión que se iba apoderando de mi ser. Mi trabajo y mi relación con la gente me hizo respirar en los momentos más tristes y oscuros. Pero cada día, al llegar a casa y ver a mi familia, mi única posibilidad de ser feliz, en un infierno inremontable, mis piernas y mi ánimo se aflojaban como solo se les aflojan a los que pierden lo irrecuperable. Así me perdí un largo tiempo, mi cuerpo estaba ahí, pero yo no, estaba muy enojada. Mi risa, mi humor, mi empuje, mis sueños, mis proyectos, mi dulzura, mi instinto, todo lo lindo se iba con sus capacidades. Contuve y crié a mis hijos con la pobre brisa de aliento que tenía y que me costaba sostener como empujar a un camión. Mi agotamiento fue feroz. Me enojé mucho con la vida, era mi oportunidad de tener años felices y se me arrebataba otra vez. LLoré cada día durante 20 años. Hasta que de a poco pude conectarme conmigo, muy despacito, con quién era y para qué servía en este mundo. Entendí algo terrible pero honesto: o me discapacitaba con él hasta que ya los dos nos halláramos irrecuperables o me potenciaba en mis capacidades otra vez, aquellas que me eran propias y aún estaban ahí, esperándome. Al comienzo lo sentí como una traición:  que yo pudiera y él no. Pero luego me aferré a ellas y así salí adelante y hoy puedo darle todo lo que necesita para suavizar su pesar. No soy feliz y aún no comprendo muchas cosas. Pero aceptar lo que me es dado y no pelear en contra es mi paz. Hoy puedo decir que no me equivoqué al elegir a mi Coti, porque lo que él es sigue estando ahí: su bondad, su paciencia, su educación, su intención de hacer cosas compartidas, su amor por los animales, su amor por mí y nuestros hijos, su dulzura y su paz. Y por todo eso doy gracias, aunque la tristeza me ahogue cada tanto por verlo irse, aunque despacio pero sin retorno


.

Verónica Lercari