En mi
vasta observación acerca del comportamiento de las personas (y me incluyo) con
respecto a la preocupación y ocupación diaria por mantener una buena imagen exterior,
comenzando por la ropa, maquillaje, peinado, accesorios, hasta alcanzar el
delirio de cortar, rellenar y mutilar a su propio cuerpo, con tal de lograr
aquella imagen que supuestamente nos acerca al éxito y admiración de nosotros
mismos y con los demás, no se le han escapado a mis ojos la sorprendente e
inocultable captación de que no a todas las personas que se empeñan por la
imagen les veo sentimientos de aceptación por si mismas. Cuando veo a una mujer
u hombre operados por todas partes, peinados, teñidos y vestidos con los
códigos del momento, no puedo dejar de ver a una persona temerosa que se ha
tomado mucho tiempo y esfuerzo por estar ahí, parada frente al mundo tratando
de convencer a todos de lo “bien” que están, y tal vez ese esfuerzo los halla
convencido a ellos mismos de eso. Pero mis ojos ven otra cosa: veo un ser
humano asustado, confundido, inseguro, que aún no ha encontrado su verdadero
valor. Veo a su amor por sí mismo dañado. Veo a un ser que se aleja de sí tanto
que a veces pienso si podrá volver a reencontrarse. ¿Qué otra cosa puede
alejarnos más de nosotros mismos como el operarnos y modificarnos hasta
desdibujar por completo aquellos rasgos que nos dan una identidad genética y
nos hacen individuales y diferentes al resto?. Veo a una persona que sin darse
cuenta pretende reemplazar a su “ser” con su “tener”, como si teniendo lo que en
apariencia lo demás adoran, seremos aceptados y felices. Las cosas se “tienen”,
se obtienen, pero no construyen al “ser”. Una cosa, como un vestido,
maquillaje, silicona, etc., la puedo obtener, la “tengo” y la puedo cambiar,
tirar, regalar, no es parte de mi ser, no compone a mi ser. Pero mi estructura
de pensamiento, la idea que tengo del mundo y de mí mismo, la profesión que amo
y practico a diario, como la frustración de no tenerla o tener una que detesto,
los sentimientos que conforman y construyeron a mi cuerpo emocional, todo eso hacen
a mi “ser”, me definen como el que “soy”, y ese soy es lo que verdaderamente se
ve y ven todos, más allá de lo que me ponga, me opere, huela, me peine, me
tiña, etc.
Yo se
que muchas personas tuvimos que construirnos como adultos sobre una infancia
estéril emocionalmente, y que el “tener” es un verdadero consuelo, pero no es
más que eso, de hecho ¿cuánto te dura la alegría de lo que hoy te compras?,
poco, luego tienes que salir corriendo a comprar otra cosa.. La felicidad, el
estar bien, en paz con nuestro cuerpo emocional, solo se logra construyendo por
dentro a aquel “ser” que deseamos ser. Yo doy fe que nadie nació para ser
infeliz por siempre, construirse es un camino largo, dura toda la vida, pero
vale la pena. El primer paso es DESEARLO.
Y ¡claro
que arreglarse y tratar de vernos bien físicamente es genial!, pero para que
sea genial debe ser parte de lo que sentimos por uno mismo.
Es verdad Vero, a veces nos angustia un poco cierto aspecto físico. En mi caso: las canas. ¡Cómo me gustaría no tener que teñirme el pelo para disimularlas! -aunque igual se nota que son canas teñidas- Y los sigo haciendo. Sería lindo poder lucir las canas sin complejos. Habría que imponerlo por decreto.
ResponderEliminarJamás podrás imponer lo que atente contra la venta de productos para teñir. Pero si podés trabajar con tus emociones respecto a esto. Tu angustia está condicionada por la moda y la industria, no te dejes influenciar tanto, tu puedes decidir que las canas son bellas. Bueno, da para largo, pero creo que el camino hacia la felicidad y a la paz interior tiene que ver con esto, de ir todo el tiempo "descondicionándonos"de los mandatos sociales. Gracias por leerme, Vero
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